Punto y aparte, capítulo cerrado, el telón cae, luces se apagan, escenario desolador, un eco resonando en lo macabro de la oscuridad que queda, suspiro profundo, lágrima solitaria y una última mirada a lo que dejamos atrás.
Pausa al dolor, reflexión, un instante para valorar lo que se tiene y lo que se pierde, un abrazo cálido, una sonrisa sincera, una palabra de aliento y adiós.
Renacer, nuevo comienzo, una oportunidad para volver a empezar, las semillas duermen expectantes, esperando la primavera para florecer de nueva cuenta mientras las cenizas se elevan, llevandose el recuerdo de lo que ardió.
Es el fin, en definitiva y también es el principio, un ciclo eterno, un devenir constante e incesable, un universo en expansión y aún así una desintegración estelar, te lo cuento:
Éramos dos soles gemelos, orbitabamos en un baile cósmico, atracción gravitacional, nuestros núcleos se fundían en un calor pasional, irradiaban una energía que iluminaba nuestra pequeña galaxia personal, pero la danza, inexorablemente se volvió caótica, las mareas gravitacionales, otrora tiernas caricias a la playa de tu piel, de tu alma, se transformaron en tsunamis desgarradores, las llamaradas solares, otrora fogatas románticas en el bosque junto a nuestra cabaña, se convirtieron en tormentas solares que carbonizaron nuestras piel, nuestra alma.
Como una supernova, nuestra unión estalló en mil pedazos ardientes, perdiéndose en la inmensidad del cosmos, restos girando sin rumbo en una danza macabra, recordando la belleza fugaz de una estrella doble que se extinguió para, siempre.